Antoni Tàpies dudó entre Le Corbusier y Josep Antoni Coderch para el encargo del Proyecto de su casa en el Carrer de Saragossa del barrio de Sant Gervasi de Barcelona. El factor humano fue el que al final todo quedara entre dos maestros catalanes.
En el año 1.960, Coderch construye pues la casa estudio para uno de sus pintores predilectos, según él mismo afirma, repartiendo sus preferencias con “Rafols Casamada, Picasso, Grau Santos, el dibujante Cesc, y los románicos del sur de los Pirineos”. (Ver Nueva Forma nº 106. 1974).
En ese mismo año, de las manos del maestro del informalismo sale a la luz “Forma negra sobre quadrat gris”.
A sus cuarenta y siete años, el arquitecto, diez años mayor que el pintor, se encuentra en plena madurez profesional, y tiene por delante el sugerente reto de edificar una vivienda unifamiliar en la ciudad, entre medianerías. Algo diferente al diseño de las casas aisladas a las que estaba habituado.
En ambos, pintor y arquitecto, subyace una característica común, que permanece además en toda su trayectoria. La factura elegante de sus obras, y el afán por convertir en trascendente lo cotidiano.
Tiene el cuadro de Tàpies como en muchas de sus obras de este período la cualidad de pintura matérica y carácter informe. Pero en esta, además late, una cierta proyección taumatúrgica, una lectura un tanto enigmática.
En el lienzo, el autor, al situar la forma negra en la base de la composición, genera una poderosa atracción visual, cambiando el punto de vista habitual en la lectura tradicional de una pintura, en el que el espectador, desde la distancia, abarca la totalidad de la misma, para, “a posteriori”, observar los detalles. Aquí, la forma negra, llama poderosamente la atención, como si una atmósfera ausente de luz, una sombra densa dibujada con una geometría ancestral, arco-puerta-hueco, invite a traspasar la frontera hacia lo onírico-simbólico.
Un trazo paralelo al borde inferior del cuadro, hendido en la gruesa capa de materia, que también circunda a la forma citada, discontinuo, acentúa la intención con un gesto cargado de expresividad.
Cuadrado, límite, texturas, grosor discontinuo, relieve, agrietamientos. Potencia plástica que emana de la calidad mineral, térrea de la capa de grises.
Es deliberadamente hermética esta pintura, como también lo es la Fachada-Cortina-Lienzo que proyecta Coderch para el pintor. Sólo las hendiduras que muestran los cantos de los forjados y un sutil trazo vertical, desvelan la organización de las plantas y su superposición. Y no todas, pues la última, en la que se sitúa la biblioteca, se retranquea y deja de percibirse desde la estrecha calle, y el arquitecto logra que “flote” sobre el tercer piso.
El conjunto de placas prefabricadas y las persianas de lamas de la sobria y abstracta piel generan un código que impiden descifrar de qué índole son las dependencias construídas en su trasdós, negando así, de manera voluntaria, su relación con la ciudad.
Tras esa piel, aparentemente muda, se desarrolla sin embargo un mundo complejo, taller, casa, biblioteca, proyectado para Tàpies como una suerte de universo personal en el que la luz asume un especial protagonismo.
Una atmósfera mítica, poderosa y vibrante se desprende del cuadro. Hay un acusado contraste dimensional de la forma negra en relación con la masa gris, quebrada e inerte. También esto provoca en el que mira el afán por discernir sobre un universo sugerido tras la forma bidimensional.
A la casa Tàpies se accede por el garaje-zaguán-cámara de descompresión. En algunas de las casas unifamiliares que proyectó Coderch ocurre igual. (Casa Catasús, Ballvé,un año más tarde en la casa Uriach…)
Este primer ámbito, celosamente vigilado desde la casa del conserje, establece, con su cualidad de espacio fronterizo, el vínculo entre el exterior, (ciudad, calle, observador…), y el interior. (taller, estudio, lugar donde se “materializa” la pintura de Tàpies, universo personal…) Es un espacio en penumbra, en el que, cuando el portón se cierra, el protagonista es el silencio.
Tanto este zaguán, como el resto del lugar de trabajo se sitúan en la base de la casa. El trayecto que separa un de otro no se realiza de manera inmediata. Un by-pass hábilmente resuelto con dos patios cuadrados obligan a quebrar el recorrido y vislumbrar la neutra atmósfera del estudio tras un giro final. En ambos, la luz se filtra a través de la vegetación-paraíso artificial. En esta transición, la ciudad se olvida, y se evidencia la importancia que para Coderch tiene el universo personal antes citado donde Tàpies desarrollará gran parte de su obra. La luz cenital, uniforme, la textura áspera del ladrillo, y el acompasado ritmo de la estructura, dan fe del respeto que el arquitecto profesa al pintor.
Acaso, ese proceder, el carácter enigmático, el pretendido hermetismo, es consustancial con el planteamiento de los autores en ambos casos.
De lo que no cabe duda es que en 1960, los dos maestros, hoy desaparecidos, parece que hubieran acordado darnos una lección sobre la trascendencia de dos obras intemporales.
José Miguel Alonso Álvarez.
José Miguel Alonso Álvarez.
Visita recomendada.
ANTONI TÀPIES. AÑOS 60 Y 70.
Galería Elvira Gonzalez.
Calle General Castaños 3. 28004. Madrid.
Hasta el 30 de Marzo de 2012.